(…) La instalación de Concha Jerez y José Iges “Food for the Moon, (Exposición Zeigleich. Kunsthalle Tirol. Hall – puede consultarse online aquí – ) en cuanto que es un remake de trabajos previos, posee mucho de memoria personal. Sin embargo, no incluye tanto esta memoria personal como una memoria colectiva, pues consistió en realidad en una búsqueda de la memoria colectiva a partir de la memoria personal. Se trata, por consiguiente, de un ejercicio de personificación de esa memoria.

Flores, Alberto; (2005) Intervenciones, Instalaciones Visuales e Instalaciones Sonoras de Concha Jerez, (tesis doctoral). Universidad de Extremadura. Facultad de Filosofía y Letras, Departamento de Historia del Arte, Cáceres. Tomo I, p. 135.

 

 

 

 

Otra intervención fundamental incluyó una vieja escalera procedente de una de las instituciones museísticas de la ciudad, en concreto el Museo Jovellanos. En esta escalera – que no conducía a ninguna parte352 – debemos ver, en primer lugar, un deseo de aprehensión del lugar y de su memoria, ya que se trata de una escalera muy usada de las que normalmente se utilizan en Asturias para subir a los pajares; en segundo, una nueva alusión a la cuestión de trepar, que en esta ocasión nos mostró su cara más amarga al tratarse éste en relación con solicitudes de empleo y, por último un precedente de la escalera que en “Food for the Moon” (Kunmsthall Tirol, Hall, 1994) comunicará el Cielo y el Infierno inundada de objetos kitsch que nos impedirán seguir ascendiendo, al tiempo que agitan nuestras conciencias.

Flores, Alberto; (2005) Intervenciones, Instalaciones Visuales e Instalaciones Sonoras de Concha Jerez, (tesis doctoral). Universidad de Extremadura. Facultad de Filosofía y Letras, Departamento de Historia del Arte, Cáceres. Tomo I, P. 262.

 

                       

 

El más ruidoso, destartalado y angosto rincón de la antigua fábrica de sal de Hall acoge esta instalación. El lugar se transforma, con los elementos sonoros y visuales que lo acentúan, en un espacio de meditación, alertado por la presencia de seis luces giratorias de emergencia debajo de sendas sillas – “Unidades de Interferencia” – que invitan a los espectadores a descansar en ellas.
Esas viejas oficinas de la antigua fábrica de sal, constituidas por un pequeño cuarto lateral y otro, en forma de L, que rodea a aquel, se hallan colgadas en el vacío.
Dos agujeros – uno en el suelo y otro en el techo, que conduce al tejado – son parte de una escenografía “encontrada” que a cualquiera dotado de prejuicios cristianos haría inmediatamente identificar como accesos hacia el Infierno y el Cielo, respectivamente.
En la fragilidad de tales estancias, el hombre común nos hablaba de la utopía entre sonidos de Onda Corta, en la cinta que corre en el espacio pequeño. El visitante, obscenamente, escucha y contempla esa acumulación de restos íntimos, presididos por el mensaje vertical de la televisión, a la cual se oponen las instantáneas de una polaroid, como retazos de una historia secreta.
Una escalera conduce hacia arriba. Pero una extraña imaginería de santitos post-industriales impiden el paso, mientras son bombardeados desde lo alto por textos oficialistas procedentes de la Carta de Seguridad y Cooperación en Europa de 1990, mezclados con sonidos tratados de juguetes “made in Taiwan” que integran la segunda de las cintas.
Concha Jerez / José Iges, 1994